Tengo 8 años. Estoy súper delgada. Mi abuela me llama “El espíritu de la golosina”. Y sí, la verdad es que puedes percibir las costillas a través de mi piel. Lo cierto es que nunca estoy hambrienta. Y también es cierto que, aunque a mis padres les cuesta un mundo que me termine el plato, soy una niña físicamente muy activa, sonriente, sociable y una estudiante sobresaliente. Lo cierto es que soy una niña feliz.
Un buen día, mi madre me dice que está preocupada por mi peso y pide hora a mi médico de cabecera. “Doctor, me preocupa mucho la delgadez de Ester. Es obvio que está muy por debajo del peso que debería tener a su edad.” Yo escucho a mi madre hablar mientras me paseo por la consulta, ojeo algunos libros, tarareo una canción, sonrío de vez en cuando a mi médico y lo contemplo todo con los ojos bien abiertos.
“Hagamos lo siguiente”, contesta mi médico a mi madre. “Si, algún día, las mejillas de tu hija pierden ese rubor, se desvanece el brillo de sus ojos y ella permanece quieta y callada más de un minuto seguido, ven a verme. Si no, simplemente disfruta de la salud de tu hija tal como es.”
Esta pequeña historia autobiográfica ilustra a la perfección el mensaje que deseo transmitiros desde este blog (y toda mi web): hemos olvidado que, como animales mamíferos que somos, tenemos la plena capacidad de saber cuándo estamos sanos y cuándo no.
Los animales que viven en libertad saben perfectamente qué alimentos necesitan comer, en qué cantidades y cada cuánto. No presentan alteraciones de peso, a menos que les azote una época de sequía, una catástrofe natural… o nosotros los domestiquemos.
Los seres humanos hemos puesto nuestra salud en manos de organismos internacionales e instituciones gubernamentales (a día de hoy manipuladas, sin ningún rubor, por las industrias alimentaria y farmacéutica). Esto nos ha dejado en una situación de enorme vulnerabilidad, pues ya no sabemos a quién creernos. Y lo que es peor: hemos perdido nuestro buen criterio.
Y lo cierto es que nosotros contamos ya con lo único que realmente necesitamos para vivir con salud: nuestro propio cuerpo. Un cuerpo que nos habla constantemente por medio de signos y síntomas. Un cuerpo del que nos hemos desconectado, al que no escuchamos y al que ya no sabemos interpretar.
Devolviendo la plena atención a nuestras sensaciones corporales y conociendo qué efectos producen en nuestro organismo muchos productos “alimentarios” modernos, recuperaremos nuestra intuición y nuestra propia capacidad de cuidar de nosotros mismos.
¿Te animas a retomar las riendas de tu propia salud?