¡Arráncalo, Carlos, por lo que más quieras, arráncalo! Estas fueron las palabras de desesperación que Luís Moya soltó a Carlos Sainz en aquel taquicárdico rally de Inglaterra de 1998.
Hoy mis conexiones neuronales, tan inexpugnables ellas y siempre tan sorprendentes, han hecho que escuchara estas exhortaciones dentro de mi cabeza.
Creo que no es una mera generalización si afirmo que todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, hemos sentido que se nos paraba el “motor”. Que, de repente, aquello que nos había mantenido en movimiento en los últimos tiempos, hacía ¡puf! y nos dejaba con la sensación de estar flotando en el vacío, sin puntos de referencia ni energía para movernos en ninguna dirección.
Cada cual reacciona a esta desconcertante situación con las herramientas y los recursos de que dispone. Impepinable, queridos. La cuestión es que, se hagamos lo que hagamos, necesitamos volver a arrancar el motor. Por lo que más queramos.
Y ahí radica —se me antoja– la clave del asunto: ¿qué es lo que más quieres? ¿De verdad es eso? ¿En serio? Pues si lo tienes tan claro, fijo que encuentras la manera de echarte a andar en pos de ello, ¿no?
Que se te pare el motor puede parecerte una auténtica catástrofe. Y también puedes verlo como un mensaje cifrado del Universo —del que personalmente sostengo que es un cachondo— para que, de manera literal, te detengas, dejes de “hacer cosas” para distraerte y te pares a observar.
¿Observar el qué?, te preguntarás, incluso algo airado. Pues a ti, perla, a ti. Párate a observarte ahora, en este mismo instante, y a observar ese “tú” de ese pasado inmediato en que el ruido del motor ensordecía todo lo demás. Escúchate, por tanto. Escucha este recobrado silencio, que no es más que la ausencia de aquel motor.
Y, de nuevo, pregúntate: ¿Qué es lo más quiero? ¿De verdad es eso? ¿En serio? ¿Para qué?
Sabrás que has dado con la respuesta válida en cuanto sientas ese leve rugido en tus entrañas y te eches a andar de nuevo. Motu proprio.