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El estrés social del «cuanto más, mejor»

Si sigues al “rebaño”, tienes más números de sufrir lesiones, enfermar y terminar quemándote. ¿Lo sabías?

Por Philip Maffetone y Rik Escasa

Traducción de Ester Galindo

Este artículo recoge las impresiones de un médico deportivo (Phil Maffetone) y un profesor de sociología (Rik Escasa), quienes comparten la visión de que el paradigma del “no pain, no gain” (es decir, que para lograr algo hay que sufrir) —un concepto procedente del sector de la economía con una enorme capacidad de causar un estrés excesivo—, no es exclusivo de la comunidad deportiva, sino endémico de la sociedad en su conjunto. Asimismo, los cuadros de estrés físico, bioquímico y mental-emocional relacionados, desde las lesiones deportivas a los ataques al corazón, tampoco son exclusivos de los grupos de atletas, sino que en términos generales se observan en toda la sociedad, y con tasas muy similares.

Si sueltas el mantra popular de «para triunfar hay que sufrir» a un grupo de deportistas, ninguno de ellos se inmutará. Dicho esto, si consultas las bases de datos sociológicas, encontrarás esta afirmación en muchos otros ámbitos, desde los ensayos de ética y las relaciones internacionales hasta los estudios sobre el capitalismo. Parecería que el «dolor» da como resultado una «ganancia» social en aspectos que van más allá del mero ejercicio físico.

De hecho, la mentalidad del “no pain, no gain” está tan aceptada socialmente, que muy pocas personas osan cuestionarla. Para muchos de nosotros, el lavado de cerebro empieza muy temprano, a menudo en la clase de educación física del bachillerato, donde se nos hace creer que la condición física es algo que sólo es posible lograr mediante dolorosas sesiones de entrenamiento. Desde un punto de vista social, esto se convierte en una mentalidad de rebaño y acaba aplicándose en otras áreas de la vida, desde la enseñanza a la ética en el trabajo e, incluso, en nuestras relaciones personales.

Según la literatura sociológica y socio-psicológica, las personas que hacen ejercicio suelen ser bien vistas, y se les atribuyen cualidades como la confianza en sí mismos y la automotivación. Las personas que se ejercitan son vistos como individuos que hacen cosas y que llevan a cabo las tareas de manera eficiente. Sin embargo, pasamos por alto el hecho de que los deportistas también se lesionan, enferman y pueden desarrollar los mismos trastornos graves que las personas sedentarias, y en tasas sorprendentemente similares. Las patologías cardiovasculares, por ejemplo, pueden darse entre los deportistas con las mismas tasas que entre los adictos al sofá, y pueden derivar igualmente en infartos cardíacos u otras enfermedades graves.

Estas constataciones ponen en jaque la filosofía del “no pain, no gain”. Y es que hacer ejercicio a costa de generar un enorme estrés físico puede resultar contraproducente; aquellas actividades que muchas personas realizan con la idea de que así se mantendrán más sanas y vivirán más años —recorrer grandes distancias a pie o en bici, machacarse subiendo y bajando cuestas o nadando series en la piscina —, en realidad, pueden acabar procurando todo lo contrario. Los resultados adversos pueden ir desde lesiones hasta enfermedades crónicas. Ahí están, por ejemplo, los bajos niveles de testosterona (además de otras afecciones serias) que experimentó el maratonista olímpico ya retirado Ryan Hall a una edad relativamente joven (unos 30 años). Es obvio que el sobreentrenamiento puede llegar a cobrarse un precio muy alto.

Si salimos del mundo del deporte y de sus efectos concretos para adoptar una perspectiva más general, observaremos que existe una causa social más amplia, la cual tiene que ver con esta mentalidad de que sin esfuerzo no hay recompensa. Esta hipótesis cuenta con un montón de pruebas en la teoría social (y en los estudios empíricos) que la justifican. Por un lado, esta teoría de que debemos ponernos al límite (someter nuestro cerebro y nuestro cuerpo al dolor) para obtener un «retorno» (mejor condición física) bebe de una visión del mundo basada en el riesgo-beneficio. Y si extrapolamos esta manera distorsionada de ver las cosas, sostendremos que, para que nos ocurran cosas positivas, primero debemos sufrir penalidades. Pero ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? ¿Y hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra salud por una (mejor) marca?

La economía del “No pain, no gain”

El concepto de riesgo-beneficio y la retórica de la dificultad están basados en el sistema económico capitalista, cuyo objetivo es procurarnos las condiciones básicas para vivir (a algunas personas, mucho más). Dado que el capitalismo no es un sistema universal, este sostiene que no todas las sociedades comparten sus mismos puntos de vista. De hecho, la cultura estadounidense del «para triunfar, hay que sufrir» no empezó con los videos de aeróbic de Jane Fonda o el auge del atletismo en la década de 1970. Probablemente se desarrolló mucho antes, en tiempos de Benjamin Franklin, pues este padre fundador fue uno de los primeros filósofos del capitalismo y escribió acerca de cómo tener éxito en una sociedad capitalista. La autobiografía de Franklin es tan relevante en este sentido, que hace más de un siglo el sociólogo Max Weber la utilizó para rastrear los orígenes de nuestro sistema económico hasta las cepas del protestantismo. Resulta fácil ver qué fue lo que despertó la atracción de Franklin por el “no pain, no gain”, ya que cada vez que uno invierte en un nuevo negocio, tiene la posibilidad de fracasar… y también la posibilidad de triunfar. (Algunos incluso rastrean las bases de esta mentalidad en los antiguos textos rabínicos.)

En la conclusión del libro en que Max Weber señalaba a Franklin como el paradigma de la ética capitalista, Weber argumentaba que el capitalismo estaba inmiscuyéndose ya en todos los aspectos de nuestras vidas. Y nos alertaba sobre el riesgo de quedar atrapados en una «carcasa de acero», encapsulados por un pensamiento económico que domina hasta los aspectos menos económicos de nuestras vidas. Una manera de salir de esta carcasa creada por el hombre es resistiéndonos, de entrada, al tipo de retórica económica que nos quiere atrapar. De lo contrario, el estrés en sus múltiples formas puede perjudicarnos, y mucho. Algunas personas consideran que el «trabajar duro», e incluso la «adicción al trabajo», constituyen fórmulas positivas para lograr el éxito en los negocios y las finanzas. Para otras, correr, montar en bicicleta y demás formas de hacer ejercicio constituyen una magnífica manera de liberarse de dicha carcasa de acero, aunque sólo sea por unas horas. Dicho esto, la clave está en la forma en que abordamos estas actividades físicas.

 

La visión general

¿Por qué la lógica económica tiene que guiar, incluso, lo que hacemos fuera de la esfera económica? Esto era, en el fondo, lo que Weber se planteaba.

Como la mentalidad del “no pain, no gain” se aplica a toda la sociedad en su conjunto, también afecta (y con mucho dolor) a grupos concretos de individuos, como los corredores u otros deportistas, e incluso a los no deportistas. Los corredores y los adictos al sofá, por ejemplo, constituyen dos grupos bien distintos, con actitudes y hábitos de vida que determinan su lugar y su modo de encajar en la sociedad.

Puesto que el comportamiento humano es muy sensible al entorno social, y está fuertemente influenciado por el mismo — como muy bien saben los publicistas—, el “no pain, no gain” sigue siendo uno de los argumentos de venta más utilizados para influir en la salud mental y física del público en general.

Hay muchos ejemplos de cómo esta mentalidad basada en el sufrimiento nos perjudica. Uno de ellos son los ataques al corazón: algo que se espera en personas con una pobre condición física, una mala salud y un riesgo elevado de sufrir alguna enfermedad cardiovascular. Sin embargo, los mismos factores de riesgo cardiovascular, incluidos los infartos, se dan entre los deportistas prácticamente con la misma frecuencia que entre las personas sedentarias.

Este ejemplo, junto con otros que enumeramos a continuación, es lo que Phil Maffetone pudo observar durante décadas de práctica en su consulta privada, al tratar tanto a deportistas como a todo tipo de personas. Sus pacientes constituían una amplia muestra de la población en general. Y si bien los primeros eran personas con ingresos superiores a la media, con estudios, un buen seguro de salud y otras diferencias socio-económicas o demográficas, aquellos pacientes sufrían las mismas enfermedades crónicas y prevenibles que el resto. Lo que resultaba más que evidente es que las tasas de incidencia de múltiples trastornos físicos, bioquímicos y mental-emocionales eran las mismas en ambos grupos. Y su denominador común era el estrés. En los últimos años, varios estudios científicos han ratificado muchas de estas observaciones clínicas.

A continuación presentamos algunos ejemplos de estas «lesiones» físicas, bioquímicas y mental-emocionales relacionadas con el estrés, que se registran en la sociedad en su conjunto y traspasan las supuestas fronteras entre los distintos grupos sociales.

Enfermedades del corazón

El aumento del riesgo de sufrir alguna patología cardiaca y morir por su causa se registra tanto en atletas de competición como en grupos no deportistas de edades similares. Un estudio de 2012 publicado en el New England Journal of Medicine analizó múltiples eventos deportivos organizados entre los años 2000 y 2010, y encontró que de los 10,9 millones de corredores que participaron en maratones y medias maratones en los Estados Unidos, 59 de ellos sufrieron un ataque al corazón durante la competición, lo cual se traduce en una tasa de incidencia de 0,54 por 100.000 corredores. Los autores afirman que la incidencia de muerte súbita entre los corredores no es inferior a la que se registra entre la población en general.

Asma

Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, la prevalencia de asma en la población estadounidense en 2013 fue de 8,3 por ciento en niños y 7 por ciento en adultos. Comparativamente, en 2012, Kippelen y sus colegas recopilaron los datos de los atletas de los Juegos Olímpicos (de verano e invierno) de los cinco años anteriores y vieron que aproximadamente el 8 por ciento padecía asma.

Depresión

Un estudio de 2013 realizado en Alemania (Nixdorf et al.) mostró que la prevalencia de síntomas depresivos entre los atletas de élite era del 15 por ciento, comparable a la de la población alemana en general. (La depresión es un componente común del síndrome del sobreentrenamiento, una condición que se da a menudo entre los deportistas.)

Lesiones

Las lesiones físicas leves o que cursan con dolor moderado constituyen los problemas de salud más habituales entre deportistas y no deportistas: esguinces y torceduras, «tirones» musculares, dolor en las articulaciones y otros. La mayoría de ellas no se debe a ningún trauma. En un año cualquiera, más del 50 por ciento de los deportistas puede sufrir una lesión relacionada con el entrenamiento, incluso en deportes sin contacto; lo mismo es aplicable a quienes practican aerobic, realizan ejercicios de calistenia o entrenan la fuerza en el gimnasio. El dolor es el síntoma más común en estas lesiones. A pesar de la dificultad de reunir datos comparativos, las tasas de lesiones fortuitas no relacionadas con el ejercicio físico entre el público en general son similares. Según un informe del Instituto de Medicina de los Estados Unidos, 100 millones de estadounidenses padecen dolor físico. Sin lugar a dudas, la mayoría de estas personas no son atletas ni practican deporte de manera regular. El dolor también se asocia con la inflamación, y ambos elementos son clave en prácticamente todas las lesiones.

Un denominador común de las lesiones deportivas y las que se producen en personas sedentarias es la predisposición a lesionarse. El desequilibrio neuromuscular puede preceder al primer signo o síntoma de una lesión no traumática, la cual puede derivar en dolor de espalda o de rodilla, el síndrome del túnel carpiano y demás dolencias. En el caso de los deportistas, este desequilibrio puede verse agravado por el exceso de entrenamiento, mientras que en la persona sedentaria puede deberse a una mayor actividad física puntual e incluso a la inactividad, aunque en muchas personas no es posible rastrear lo que desencadenó la lesión. En esencia, el mecanismo de lesión del cuerpo es prácticamente el mismo en la mayoría de las lesiones no traumáticas: un desequilibrio neuromuscular con la consiguiente disfunción articular, inflamación y dolor.

También es posible establecer una comparación entre los pacientes que acuden al servicio de urgencias (por accidentes de tráfico, golpes, caídas, etc.) y un atleta que entrena duro y compite y que también provoca en su cuerpo una considerable cantidad de trauma sin contacto. «A nivel celular, el trauma y el ejercicio se parecen entre sí, siendo la inflamación la respuesta común», afirma la doctora Catherine Dudick, cirujana traumatóloga en el Centro Médico Regional de AtlantiCare en Atlantic City, Nueva Jersey. «La inflamación contribuye a curar, pero cuando ocurre en exceso también puede causar una lesión mayor.»

Bienestar social

En muchos sentidos, nuestro grado de salud es equivalente al del mundo que nos rodea, puesto que las influencias sociales afectan nuestro comportamiento y nuestros hábitos, independientemente de si somos personas activas o no. Este es el motivo por el cual los programas de bienestar para los trabajadores no suelen funcionar: el espectro de personas que componen las grandes y pequeñas empresas forman parte de esta misma sociedad enferma. Un programa de bienestar en particular puede influir en algunas personas en concreto, pero el grupo de trabajadores en su conjunto sigue siendo un reflejo de la sociedad.

La mentalidad del “no pain, no gain” constituiría un buen ejemplo de comportamiento de rebaño. Y muy posiblemente, las lesiones físicas, el asma y los ataques al corazón sean parte del resultado biológico último de seguir la mentalidad de las masas.

Piensa en la línea de salida de un maratón. Para muchos corredores, los factores subjetivos al inicio de una carrera, especialmente los de naturaleza psicológica, pueden interferir en su capacidad de evitar ritmos demasiado rápidos al principio de la carrera. Ya se sitúen en el grupo de cabeza o detrás del pelotón, los corredores de un maratón son más propensos a seguir a otros corredores en las etapas iniciales de la carrera y a correr demasiado rápido, en lugar de atender a sus propias sensaciones. Esta mentalidad de rebaño se observa no sólo entre los corredores de un maratón, sino también en otros deportes de resistencia y en otros sectores de la sociedad… y es que la opción más fácil siempre será seguir a los demás.

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de mejorar su propio bienestar, pero la mayoría de la gente está enormemente influenciada por las fuerzas sociales, ya sea a través de las últimas tendencias en fitness, la publicidad, el coste y la disponibilidad de los alimentos y — lo más preocupante— el estrés físico, bioquímico y mental-emocional que nos genera el vivir en la sociedad moderna; una existencia, la nuestra, cada vez más metida en la cáscara de acero de Max Weber.

A nivel individual, ¿cómo nos influye el concepto “no pain, no gain”? Pues lo hace a través de un mecanismo fisiológico cerebro-cuerpo muy bien estudiado.

La conexión cerebro-cuerpo no es una mera teoría, sino un mecanismo neurológico y hormonal real que permite que todas nuestras partes  se adapten biológicamente a los distintos factores de estrés físico, bioquímico y mental-emocional a los que nos enfrentamos a diario. Se llama eje HHA (hipotalámico-hipofisario-adrenal) y así es cómo lidiamos con el estrés. Cuando las tensiones son demasiado fuertes y no logramos recuperarnos de ellas al finalizar el día, acaban haciéndonos daño. Entre los problemas resultantes del estrés crónico están el dolor, la inflamación, las lesiones físicas, las patologías cardiacas, el asma, la depresión y otras enfermedades mentales, así como múltiples signos y síntomas.

El comportamiento fundamentado en la mentalidad “no pain, no gain” estimula el eje HHA con demasiada frecuencia e intensidad. En el caso de los deportistas, el hecho de entrenar duro sin incluir las horas de recuperación suficientes puede llevarles a sufrir el síndrome del sobreentrenamiento. En el caso de los empresarios, altos ejecutivos, profesionales de la salud y demás profesionales con un elevado nivel de estrés, el resultado suele ser el “burnout” y errores humanos muy costosos. Lo mismo es aplicable a los pilotos de avión, conductores de trenes, autobuses, automóviles y, en realidad, prácticamente cualquier persona.

Dicho esto, cada uno de nosotros sí tiene el control sobre su eje HHA. Pues este mecanismo se inicia en el cerebro y los seres humanos tenemos la capacidad de reajustar nuestra forma de pensar y de actuar con el fin de (sobre)vivir mejor, independientemente de lo que el resto de la sociedad esté haciendo.

Son muchas las personas que conocen el mantra “no pain, no gain” y creen que los atletas son seres invencibles; duros, resistentes y fuertes. Las emociones predominantes —influenciadas por fuerzas tan diversas como los medios de comunicación y los propios equipos y grupos deportivos—, nos incitan a empujar más allá de donde el cerebro y el cuerpo desean ir, independientemente de lo que ocurra en el camino, porque esta es la forma de cruzar la línea de meta. Afrontamos la soledad del corredor de larga distancia, la soledad de la sala de pesas, la soledad en los largos tramos de carretera… con el fin de atesorar un montón de dinero que nos permita retirarnos antes de tiempo. Sí, quizá salgamos económicamente fortalecidos, pero ¿cuánto dolor vamos a pagar por ello?

Bibliografía

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