En estos mismísimos momentos, mi cuerpo me pide recuperar la poesía, la belleza de lo inútil y la fascinación por lo efímero. Así, sin anestesia ni nada.
Y es que ocurre que mi cuerpo siente que ya he “comprado” todo, absolutamente todo lo que me han vendido aquellos que vieron en mí el potencial y las habilidades pertinentes, y porque ya he invertido todo, absolutamente todo lo que tenía para convertirme en: emprendedora; fémina liberada e independiente; hija inteligente que sabe moverse por el mundo; persona consciente, conectada y con las heridas más o menos restañadas; amiga alegre y autosuficiente; deportista cañera y montañera aguerrida; estudiante incansable y persona entusiasta que sigue a su corazón, así se despeñe por los riscos del romanticismo más exacerbado…
Y, a día de hoy, la verdad, la puritísima verdad es que mi cuerpo, y mi alma, se sienten agotados; exhaustos; derrengados. Y lo que me piden es parar. Y respirar. Y un hogar. Y cuidados. Y mimos. Y calorcito. Y tranquilidad. Y comer cosas ricas. Y bailar. Y jugar. Y reírme desde las entrañas. Y bailar. Y aburrirme. Y escribir, sin más. Y contemplar el mar, sin menos. Y bailar. Y hablar con las personas por el mero placer de hablar, sin necesidad de convencer a nadie y, por encima de todo, sin querer arreglar el mundo, ni tampoco a ellos ni a mí ni a ti. Mi cuerpo me pide estar con quien me apetece porque sí. Porque me da la gana. Sin la compulsión de tener que hacer algo con eso. Y sin la expectativa de que ocurra luego otra cosa y la siguiente. Y leer, sí. Leer a borbotones, porque me refresca por dentro. Porque me expande la mente y me distrae de mis neuras y de mis miserias; no porque quiera aprenderme de memoria lo que ese libro transmite, no. Leer para vivir otras vidas, sí; para emocionarme y sorprenderme y, precisamente por eso, poder regresar al fin, de nuevo, a mí.
Regresar a aquella Ester sociable por naturaleza, curiosa, risueña, bailonga, irreverente y dulce. Esa Ester tan auténtica que se fue haciendo jirones al ir transitando por el camino de la vida, al tiempo que se construía un personaje más útil y práctico y eficiente y «exitoso». Porque, claro, ¡cómo no iba a sacar provecho de todo ese potencial! Yo, que podía…
¿Con vistas a qué deseas estudiar traducción? Recuerdo que me preguntaba, insistente, mi abuela paterna. Para viajar, le decía yo, con chispitas en los ojos.
¿A qué viene eso de subir y bajar montañas? Se preguntaba mi madre, acongojada.
Es que allí, en medio de la naturaleza más ruda, puedo sentir quién soy en realidad.
¿Qué es eso de Antum? Indagaban amigos y conocidos.
Mi propia búsqueda; mi sanación.
Así que sí: necesito recuperar la poesía y el placer de vivir mis días sin metas ni objetivos, más allá del gozo sublime de sentirme conectada con la vida. Siempre fui de letras puras y no estoy en edad de querer pasar por quien nunca seré: detesto las hojas de cálculo y los objetivos a largo plazo; aborrezco las planificaciones y los fines de mes. Y me rindo ante la evidencia: necesito de alguien que se ocupe de ese engendro postindustrial llamado productividad. Nunca fui una persona técnica y estoy harta de intentar convertirme en una. Hasta aquí y no más.
Necesito recuperar la poesía. Sí y aplastantemente sí. Necesito rimas, metáforas, alegorías, hipérboles y asonancias. Necesito menos eficacia y más humanidad. Necesito un poco de nada y menos de todo. Necesito agua y piel y viento y tierra. Necesito más compasión y menos exigencia. Necesito aire y espacio y música y luz. Necesito sol y agua y movimiento. Necesito más cuentos y menos cuentas. Más Aquí y menos Allá. Y bailar. ¿He dicho ya que necesito bailar?
Y por lo que respecta a Antum –mi querido y revisitado proyecto personal de estos últimos 5 años con el que tanto he madurado, aprendido y sanado–, o bien se adaptará a todas estas necesidades o bien morirá en el intento. Y no pasará nada. Ab-so-lu-ta-men-te nada. Porque la vida sigue y lo importante es cómo yo la vivo. Porque si algo sí tengo claro a mis casi 50 años es que, aunque a veces me lleve un tiempo (por querer atender a lo que opinan los demás sobre mí), siempre termino por conectar con MI verdadera necesidad. Y ahí es cuando vuelvo a dar otro, el enésimo, triple salto mortal… O no. ¿He dicho ya que necesito bailar? 😉
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2 comentarios en “Sí, puedo hacerlo. ¿Y qué?”
Well done. Tor. El camí que t’ha portat fins aquí. I el camí que ga d’esdevenir. Ballant?
Gràcies, reina. Veig que el text ressona en moltes més persones que no em pensava. Alguna cosa hi deu haver de fons… Petons i força a tu també en el teu viatge. Let’s dance!!!