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Una mirada al cáncer

Por el Dr. Phil Maffetone
Traducción de Ester Galindo

Prestar atención a la inflamación, la nutrición y el sistema aeróbico es clave para protegerse de esta enfermedad tan temida y mortal.

Las enfermedades cardiovasculares constituyen la principal causa de muerte en el mundo, mientras que el cáncer es, seguramente, la enfermedad crónica más temida en los países desarrollados debido al proceso debilitante asociado, a menudo bastante lento y doloroso.

Mi postura ante el cáncer ha consistido siempre en prevenirlo mediante el mantenimiento de la salud y la condición física. Este planteamiento es igualmente válido para aquellas personas que ya han sido diagnosticadas de cáncer y deben someterse a tratamiento.

A lo largo de mi carrera clínica, he visto ir y venir cientos de terapias para tratar el cáncer, tanto en la medicina convencional (por lo general, terapias radicales que no abordan la causa de la enfermedad) y la medicina alternativa (muchas de ellas, extrañas e ineficaces). La mayoría de estas terapias no son complementarias, pues todo método debe aplicarse de manera individualizada. Dicho de otro modo, lo importante es dar con las soluciones que cubren las necesidades particulares de cada paciente. Y en cualquier caso, es necesario que, en primer lugar, se aborden ciertos aspectos básicos y fundamentales de salud y forma física, ya sea como prevención o como parte de un enfoque terapéutico lógico.

Un cuerpo enfermo desencadena varios desequilibrios secundarios que en última instancia pueden conducir a un crecimiento celular anormal del que se derive un tumor, el cual a su vez puede convertirse en maligno en cualquier zona del cuerpo (cerebro, mama, próstata, estómago, etc.). A menudo, el tumor se disemina por metástasis. El propio tumor y/o las consecuencias metastásicas conllevan una merma de la calidad de vida, pues a menudo se tratan con terapias radicales intensas con múltiples efectos secundarios, que dan como resultado lo que se denomina una «remisión» (que no “cura”) o una muerte relativamente lenta.

Mientras que, día tras día, se destina una astronómica suma de dinero a encontrar la llamada «cura para el cáncer» —un objetivo que parece más cercano a los negocios y la política que a la salud—, lo cierto es que ya disponemos de un consenso sobre el mejor remedio posible: la prevención. Un cuerpo sano no recibe un diagnóstico de cáncer.

Las causas del cáncer

Dentro de nosotros albergamos genes para múltiples tipos de cáncer. Que estos genes se activen («se expresen») y causen la enfermedad (o no) es algo que depende, en la mayoría de los casos, de cómo influimos sobre ellos a través de nuestro estilo de vida, especialmente de la dieta, la actividad física y el estrés. Si hay algo que realmente nos ayuda a prevenir y controlar el cáncer es un óptimo funcionamiento bioquímico de nuestro organismo. De especial relevancia es el metabolismo, en particular cuando este quema grasa de manera eficiente –pues evita el exceso de grasa y peso corporales-, y cuando regula correctamente el azúcar en sangre, mantiene un buen equilibrio hormonal y gestiona, de manera eficiente, todo tipo de estresores mentales, físicos y químicos.

Existen varias anomalías bioquímicas que se asocian con una mala salud y podrían conducir al desarrollo de un cáncer; concretamente, la inflamación crónica, la intolerancia a los carbohidratos y la deficiencia aeróbica. Y ahí es donde entra en juego un componente clave, que es la verdadera prevención, y no sólo la detección de la enfermedad una vez adquirida. Y, ¿de qué modo podemos controlar estos factores? Pues manteniéndonos sanos y en forma.

A lo largo de mi carrera he comentado extensamente tanto la inflamación crónica como la intolerancia a los carbohidratos en relación con el cáncer, pues ambas constituyen las primeras manifestaciones de la mayoría de las enfermedades crónicas. La deficiencia aeróbica, a menudo asociada a la falta de ejercicio, también puede constituir una causa del cáncer por sus múltiples efectos metabólicos.

Ponerse en forma no es algo en lo que piense la mayoría de la gente cuando se enfrenta a un cáncer o cuando se plantea prevenirlo. Pero muchas de las recomendaciones tradicionales para prevenir el cáncer tienen en cuenta el ejercicio por su probado efecto beneficioso. Sin embargo, rara vez se informa a la persona de cómo necesita ejercitarse, durante cuánto tiempo y a qué intensidad.

El hecho es que los efectos negativos de un ejercicio físico indebido pueden contribuir, con la misma facilidad, al desarrollo de un cáncer. Sobre todo cuando dicha actividad física es demasiado dura, intensa o mayoritariamente anaeróbica, ya que entonces puede afectar negativamente al metabolismo y propiciar un cáncer (e, incluso, desencadenarlo).

Afortunadamente, nuestros cuerpos vienen equipados con otro componente de la condición física, que también puede mejorar significativamente nuestra salud y ayudarnos a protegernos del cáncer: el sistema aeróbico.

Una característica principal del sistema aeróbico es su capacidad de quemar grasa, lo cual reduce la dependencia del azúcar. El azúcar es, precisamente, el combustible utilizado por las células tumorales. El proceso de transformar la grasa en energía es esencial para tener un metabolismo saludable, y este proceso se lleva a cabo en las fibras musculares de contracción lenta, es decir, en las mitocondrias de la célula muscular aeróbica.

Una función mitocondrial pobre y un metabolismo de las grasas deficiente se asocian con una salud deteriorada; los pacientes de cáncer suelen tener un sistema aeróbico muy pobre (aunque hoy día la deficiencia aeróbica es muy común entre la población en general, incluso entre aquellas personas que no padecen ningún cáncer).

Un tumor, o un proceso canceroso, se nutre sobre todo de células que queman azúcar y que además producen lactato. Como parte de complejos mecanismos metabólicos, el aumento de lactato puede reducir la función aeróbica y el metabolismo de las grasas, y además aumenta el estrés oxidativo. El aumento de lactato se asocia con:

  • Un exceso de actividad anaeróbica.
  • Inflamación.
  • Mayor quema de azúcares que de grasas.
  • Una disminución de antioxidantes.
  • Una merma de la función inmune.

Además de esta receta para el cáncer, también el estrés físico, químico y mental puede aumentar los niveles de la hormona cortisol y la actividad del sistema nervioso simpático, lo cual reduce todavía más la función aeróbica. Esto mantiene la quema de grasas a mínimos, la quema de azúcares al máximo, y una función mitocondrial y metabólica pobres; es decir, perpetúa un círculo viscoso incluso en aquellos pacientes cuya enfermedad ya está en remisión.

Un sistema aeróbico sano, gracias a la combinación de una actividad física adecuada y una alimentación saludable, ayuda a romper este círculo.

Alimentación y cáncer

La restricción calórica y el ayuno son dos terapias nutricionales que, durante décadas, se han venido utilizando para tratar el cáncer con distintos grados de éxito. También han resultado eficaces para:

  • El tratamiento de otras enfermedades crónicas.
  • Mejorar la salud general.
  • Influir de manera positiva en el proceso de envejecimiento, en parte debido a la reducción del estrés oxidativo.

La única característica bioquímica común a la restricción calórica y el ayuno es la cetosis, es decir, el uso elevado de cuerpos cetónicos y grasas para obtener energía en todo el cuerpo, en lugar de quemar azúcares.

Pero, si queremos llevar una vida saludable y productiva, tanto la restricción calórica como el ayuno en exceso no son métodos prácticos ni necesarios, ya que pueden conducir a deficiencias nutricionales e, incluso, la inanición. Lo que sí podemos hacer, en cambio, es pedir a nuestro cuerpo que queme más grasa para fabricar más cetonas, reducir la dependencia del azúcar y ​​rebajar el requerimiento calórico a medida que nuestro metabolismo se vuelve más eficiente.

La mayoría de las células cancerosas dependientes del azúcar no son capaces de utilizar las cetonas para obtener energía, mientras que las células sanas sí pueden hacerlo. Los cuerpos cetónicos pueden resultar incluso tóxicos para las células cancerosas. Se han publicado varios estudios que demuestran que el mero hecho de empezar a quemar menos azúcar —para quemar más grasa y cuerpos cetónicos— activa, en el organismo, tres acciones clave contra el cáncer:

  • Acción anti-angiogénica (evita que se formen tumores).
  • Acción anti-inflamatoria.
  • Acción pro-apoptótica (destruye las células cancerígenas).

Desde un punto de vista dietético, esta mayor quema de grasa se logra reduciendo la ingesta de hidratos de carbono y aumentando el consumo de grasas saludables, al tiempo que se mantiene una adecuada ingesta de proteínas de alta calidad. La vertiente deportiva de esto consiste en construir el sistema aeróbico. Si bien no es indispensable entrar en cetosis nutricional, algunas personas están más sanas en este estado y, como terapia eficaz contra el cáncer, la cetosis es cada día más popular.

En cuanto a los demás tratamientos contra el cáncer potencialmente útiles, tanto clínicos como alternativos, tienden a funcionar mejor en aquellos cuerpos cuya bioquímica está más sana, ya que no pueden actuar como sustitutos de esta. La mayoría de estos remedios no llegan a crear un metabolismo sano porque ciertos hábitos de vida poco saludables anulan el efecto terapéutico. Por ejemplo, alcalinizar el cuerpo con carísimos suplementos dietéticos no funcionará, si la persona sigue comiendo una gran cantidad de hidratos de carbono (que acidifican el cuerpo sobremanera). Lo prioritario es centrarse en los elementos saludables más básicos, que no cuestan más que lo que valen los alimentos de verdad.

La conclusión es que el enfoque para prevenir y tratar el cáncer puede ser muy similar. Y, teniendo en cuenta que desarrollar un proceso canceroso es algo habitual hoy en día, resulta obvio que merece mucho la pena priorizar la salud y la forma física.

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